Me encuentro viviendo en algún lugar, que para mi "yo" del sueño es conocido. Inmediatamente intuyo o doy por sentado, que hay más personas viviendo allí, aunque en ningún momento mantengo contacto con ninguna, a excepción de la persona que está conmigo, y de la que no recuerdo haberla oído hablar y ni siquiera mirado, pues sentía que no era necesario comprobarlo para saber que estaba y seguiría ahí.
Los que allí viven aceptan sin cuestionarse nada, esa vida que se les ofrece, y que en principio no parece ser mala. Sin embargo, por alguna razón, no sé si se trate de inconformidad o insatisfacción, quiero escapar del lugar, junto a esa persona que me acompaña y que es solo "presencia".
Durante todo el sueño, me esfuerzo desesperadamente por salir, ¿pero a dónde? El entorno que me envuelve, exceptuando alguna habitación, no parece ser un escenario cerrado. ¿Entonces, qué es fuera y qué es dentro? Y sin embargo, sé que estoy "dentro" y que hay un "afuera" al que tengo que llegar, y por el que merece arriesgarse a encontrar a costa de renunciar a esa vida dada.
Marcharse no parece ser fácil, cuando supero un obstáculo y me creo libre, se abre otra sala más.
Muchas cosas quedan difusas en mi recorrido..., alguien sabe que intentamos escapar y nos persigue, por lo que nos escondemos en una especie de nicho en la pared que tiene una reja. El "guardia" se agacha al descubrirnos y me dice algo a través de los barrotes, mientras mira apresurado hacia los lados, como si temiese que viniese alguien más. Cierra la verja, pero no me preocupa, pues espero la oportunidad para abrirla en cuanto se marche. Pero al final no es necesario, pues él mismo, deja caer intencionadamente las llaves en el interior del nicho, para que podamos abrirlo. ¿Entonces qué sentido tiene encerrarnos en primer lugar?
Cuando salimos aparece enfrente otro escenario, esta vez, un amplio terreno yermo, rodeado completamente por una alambrada de espino. Escalo sin pensar por ella, sin intentar evadirla. El alambre de espino rasga mi piel, ignoro el dolor y sigo subiendo, hasta quedar sentada sobre la valla, con una pierna colgando a cada lado de esta. Las espinas se han clavado en mis muslos, inmovilizándome las piernas. Si solo pudiese levantar las piernas unos pocos centímetros, podría dejarme caer al otro lado. Pero el sueño termina sin darme la oportunidad de conseguirlo, de saber si ese era el fin, o por el contrario después de superar la alambrada hubiese surgido otro obstáculo.